Tras redondas noches de eterna virtud
nuestros encuentros se fueron planteando
cada vez de manera más errática.
En cierta ocasión cogimos la luna por los cuernos,
otra concluimos que la felicidad estaba allí sentada
con las manos cruzadas, mirándonos, expectante,
sin saber qué hacer consigo misma.
Recuerdo también, con cierto cariño, aquella tarde
que terminó como tantas otras cuando se fue la luz,
o el día en que compensamos las ganas de vernos
con una cita sesgada por el horizonte digital.
Tras nocturnas veleidades se alzó la palabra sol
a la mañana antes inédita.