lunes, 14 de julio de 2008

El verano cambia
la visión del invierno y matiza a su vez
la delicada percepción del tiempo, de los días
y las airadas nocturnidades.

El año antes era dividido en dos,
ahora se desquebraja en tediosos luminarios
que hacen las veces del sol sin romper en sonrisas como el otro.

Eternidades antes, los días estivales se convierten ahora
en felices losas que se amontonan al pasar
para impedir que observemos la cada vez más cercana
linea del horizonte.

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