viernes, 7 de noviembre de 2008

Es hora ya de acercarme, despacio,
como el segundero atascado de un reloj a punto de morir
abriéndome paso entre el cristal y el cartón doblado
con la absoluta certeza de que cuando llegue ya habrán dado las doce.

Es hora ya de acercarme, sin ruido,
como una manta que cae en la noche al pie de la cama,
rozando tan sólo el muslo pero notando la calidez antes atribuida.
Ya no hay dolor pero sí incómodos huecos helados.

Es hora de sentarme mirando a través del cristal
como acaricias los brazos de las arenas
y el paso del placer alejado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Incómodos huecos helados?

Anónimo dijo...

Ya me había dicho tu madre que eras bueno, pero yo creí que era amor de madre. Sin embargo, ahora que te he leído puedo decirte olé, olé y olé. Santos.

Guillermo dijo...

Muchas gracias, Santos. Ya me dejarás leer tus relatos tantas veces premiados.
Un saludo.

G.