lunes, 1 de septiembre de 2008

verano pausado

Entraba por la ventana de puntillas el artificial
ruido del agua de la piscina. Las voces de los niños,
acalladas solo por las aguadillas que les hace el tiempo
se unían al chasquido de las gotas.

Mis labios eran uno antes de intentar darle los buenos días,
tarde, al locutor de turno. Los labios
eran uno.

El calor, pegajoso y malintencionado,
torturaba a las tejas del tejado que me cubría e invitaba
a desnudarse incluso de la piel.

Era, ya os lo podéis imaginar, un día de agosto y las noches
se hacían cada vez más soportables. Me había acostumbrado a no pensar
en los baños de otros días en los que secarse era solo una excusa
para poder volver al agua.

Los labios eran uno e Iñaki Gabilondo era mi único…
…era lo único humano que me acompañaba.

Tardé más de tres minutos en abrir los ojos y darme cuenta de que
la habitación seguía estando llena solo de luz, de una voz enlatada,
de una foto comprada en el rastro y de ninguna mano que me empujase
al sueño eterno del olvido. Ni tan siquiera olvido.

Las noches cada vez eran más soportables. Los días eran noches luminosas.

Era la una de la tarde, mediodía en Canarias.

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