martes, 29 de enero de 2008

Inés Pereda

Estuvimos durante toda la tarde
hablando de la muerte y de la preparación
a una posible inmortalidad.

Los pasos que se hundían en la arena,
eran tan sólo un irónico presagio
de nuestro tétrico destino.
(ya no se me permite usar más adjetivos)

El sol de ocultaba con miedo.
La noche llegaba con tiento.

Estabamos a punto de irnos a casa
cuando soltó una frase que me desconcertó.
"Me gusta tu madre"
Después de decirlo torció la mirada.
Tenía la sensación de que acababa de mostrarme
una herida que no curaría nunca.
Me enseñó algo aquella tarde.


Años después, en un funeral comprendí
que la muerte llega igual que ciertas frases.
Inesperada.
(tenía éste en la recámara)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay frases y conversaciones inesperadas, que te dejan tan helado como la persona de la que vienen