Todo ocurrió en un silencio pausado,
casi irreal, en la cocina.
Las manos atentas sobre la cara,
los pies casi en el suelo y el pecho sostenido
por unos hilos finos, frágiles y definitivos.
"Es lo mejor", te dije.
"Nunca hay nada bueno así" -pensé-, "nunca".
Hoy todavía miro por la ventana,
pasillo del pensamiento pretérito,
a la espera de un silbido, de unos pasos
de un "luego te llamo".
No sé si es, pero será lo mejor
o eso intentaremos.
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